Las historias, al contrario de los cuentos
se escriben día a día.
Las historias tienen fin, sin bandas sonoras.
No acaban comiendo perdices encebolladas.
Se tejen en cientos de días de soledad, alegría o desesperanza.
Mi vida no es el recuerdo de una etapa. Ningún momento,
minuto, hora, día, es el mísmo.
Todo es relativo en el recuerdo.
Por algo existen las fotografías, los poemas... para
recordar qué fuímos, qué sentimos allí; quiénes fuímos entonces.
Las personas son complicadas, jamás volvemos a ser
lo que fuimos en aquel instante.
Nuestros pensamientos, nuestras normas, reglas, formas de vivir,
giran como las veletas buscando
el viento que viene a favor.
Y los recuerdos son inanes e infértiles a lo largo del tiempo.
Jamás lo sentirás igual, en el tiempo.
Ese gran reloj de arena que mató los sentidos y el cuerpo.
Esas sensaciones, los gritos, los llantos, la ilusión, el amor
el olvido
el odio y el rencor.
El sentimiento es fugaz, como las estrellas que lucen y brillan
surcando tu cielo, en un segundo.
Nacen, viajan, brillan y desaparecen, la estela de su recuerdo queda.
Todo es futil e insignificante, tanto que muero
y nazco cuando el reloj marca su siguiente paso.
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